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ISBN: 978-84-947015-7-3
Sergio Blanco
CARTOGRAFÍA DE UNA DESAPARICIÓN
Sergio Blanco
CARTOGRAFÍA DE
UNA DESAPARICIÓN
Cartografía de una desaparición. «Mi panegírico no será
más que la historia de mi encuentro con la obra de Brossa:
una especie de relato autofi ccional que iré escribiendo
entre universidades, aviones, clínicas, salas de embarque
y hoteles. Una nueva autofi cción en donde, relatándome
a mí mismo, buscaré retratarlo a él. Sí. Lo sé. Ya lo sé. Sé
que puede parecer un acto de amor propio, pero les ase-
guro que no lo es. Les ruego que no se fastidien. Ni que lo
tomen a mal. En esta autofi cción voy a tratar de explorar
mi propia ingeniería del yo, pero con la única fi nalidad
de poder llegar a la suya.»
Sergio Blanco. Dramaturg i director teatral francouruguaià,
va viure la seva infància i adolescència a Montevideo i
resideix actualment a París. Després de realitzar estudis
de fi lologia clàssica va decidir dedicar-se completament a
l’escriptura i la direcció teatral. Les seves obres han estat
distingides en reiterades oportunitats amb diversos pre-
mis, entre els quals, el Premio Nacional de Dramaturgia
de l’Uruguai, el Premio de Dramaturgia de la Intendencia
de Montevideo, el Premio del Fondo Nacional de Teatro, el
Premio Florencio al Millor Dramaturg, el Premio Internacio-
nal Casa de las Américas i el premi Theatre Awards al Millor
Text a Grècia. L’any 2017 la seva obra Tebas Land va rebre
el prestigiós premi britànic Award Off West End a Londres.
Entre els seus títols més coneguts destaquen Slaughter; .45’;
Kiev; Opus Sextum; diptiko (vol. 1 y 2); Barbarie; Kassandra;
El salto de Darwin; Tebas Land; Ostia; La ira de Narciso; El
bramido de Düsseldorf i Cuando pases sobre mi tumba.
PANEGÍRICO
JOAN BROSSA
8
.
CARTOGRAFÍA DE UNA
DESAPARICIÓN
PANEGÍRICO
JOAN BROSSA
Qualsevol forma de reproducció, distribució, comunicació pública o transformació d’aquesta obra només pot
ser realitzada amb l’autorització dels seus titulars, tret de l’excepció prevista per la llei. Dirigiu-vos a l’editor
o a CEDRO (Centre Espanyol de Drets Reprogràfics, www.cedro.org) si necessiteu fotocopiar, escanejar o fer
còpies digitals d’algun fragment d’aquesta obra.
Edita: Arola Editors
1a edició: desembre 2017
© del text: Sergio Blanco
Disseny gràfic: Fèlix Arola
Disseny portada: Antoni Torrell
Fotografia de portada:
Impressió: Gràfiques Arrels
ISBN:
Dipòsit legal:
Polígon Francolí, Parcel·la 3
43006 Tarragona
Tel.: 977 553 707
Fax: 902 877 365
arola@arolaeditors.com
arolaeditors.com
Colección Textos aparte
Amb la col·laboració del Departament de Cultura
de la Generalitat de Catalunya
CARTOGRAFÍA DE UNA
DESAPARICIÓN
PANEGÍRICO
JOAN BROSSA
Sergio Blanco
REPARTIMENT
Cartografía de una desaparición es va estrenar a la Sala
Tallers del Teatre Nacional de Catalunya el 15 de maig de
2017 amb el següent repartiment:
Sergio Blanco
Producció: Institut de Cultura de Barcelona i Teatre Nacional de Catalunya
A Agustí Casals,
Inspector de la Sexta Sección de la Comisaría
del Barrio Gótico de Barcelona
El silencio es el original,
las palabras son la copia.
Joan Brossa
Panegírico (del griego: panegyrikos, πανηγυρικός, o sea:
todo el pueblo) es un discurso que se pronuncia en honor
de una persona. Originariamente era una composición pro-
nunciada públicamente y, por las circunstancias de su uso,
se convirtió en sinónimo de elogio o encomio. El panegírico
es un tipo de discurso de género epidíctico que tiene como
centro la exaltación de las virtudes y los hechos relevantes
de un personaje, bajo la forma conocida como alabanza.
Su estructura consta de un exordio, la demostración y un
epílogo. Durante el desarrollo del mismo se deben tratar
como temas importantes: la infancia, la educación y los
hitos significativos de la vida tanto profesional como per-
sonal de la persona alabada, elogiando en todo momento
sus virtudes. Es un discurso típicamente literario, dado que
tanto los juegos de palabras, como las expresiones poéticas,
como las comparaciones brillantes, como la musicalidad
en la expresión, integran este tipo de discurso. Cuando el
homenaje se tributa a una persona fallecida, todo lo dicho
vale, pero siempre dentro de una contención verbal y ges-
tual. En este tipo de discurso, el orador debe quedar siempre
en un segundo plano salvo que haya sido parte del tema.
Definición de «panegírico»
Enciclopedia Wikipedia
https://es.wikipedia.org/wiki/ Panegírico
.
Para hablar de los otros
hay que tener la humildad y la honestidad
de hablar de uno mismo.
Jean-Luc Godard
- 17 -
DISPOSITIVO DE LECTURA
En el escenario vemos un escritorio en donde se en
-
contrará instalado Sergio Blanco. Sobre el escritorio
solo vemos el texto de la pieza, algunos libros, el cua-
derno de notas y una lámpara. En el fondo se proyec-
tará un mar en movimiento al borde de una playa en
plena noche. Ese mar podrá ser el Mediterráneo. El Río
de la Plata. El Pacífico. La Mancha. El mar de Ostia. El
estrecho de Magallanes. El mar de Japón. O ninguno
de ellos. El espacio estará oscuro y apenas iluminado
por la lámpara del escritorio. Cuando el público entre,
se oirá el «Ave Maria Stella» de Claudio Monteverdi,
hacia la mitad se oirá el tema «Si no te hubieras ido»
de Marco Antonio Solís y al final se oirá «Between the
Bars» de Elliott Smith. El texto en ningún momento
podrá ser actuado, sino que solo deberá ser leído, res-
petando una cierta contención verbal y gestual como
lo exige la lectura de todo panegírico.
- 19 -
EXORDIO
El martes 24 de enero de este mismo año, mientras estoy en
Santiago de Chile dictando un seminario sobre autoficción,
recibo un mail de Xavier Albertí.
Me propone esto. Esto mismo. Esto que estoy haciendo
ahora.
Me propone escribir un panegírico con mi lectura per
-
sonal de Joan Brossa para ser leído en el Teatro Nacional de
Cataluña el lunes 15 de mayo. Es decir, hoy.
En el final de su correo, Xavier me dice que le interesa
la lectura de alguien que no conozca mucho la obra de
Brossa para poder aportar una mirada nueva y externa.
En ese momento dudo en aceptar la invitación. Tengo
por delante cuatro meses sobrecargados de actividades
con varios desplazamientos y una residencia en una clínica
nueva que mis médicos quieren probar. Pienso que no voy a
tener tiempo. Ni fuerzas. Conozco un poco a Brossa, pero
no lo suficiente como para escribir sobre él. Decido esperar
un poco antes de responderle.
Al día siguiente viajo a la ciudad de Punta Arenas: el
punto más al sur del continente: un lugar todo rodeado de
glaciares que poco a poco están desapareciendo: un lugar
en donde en esa época del año no oscurece nunca. Y es
- 20 -
ahí, mientras estoy en la Universidad dando una clase sobre
la pintura de Velázquez que, de golpe, me doy cuenta de
qué es lo que tengo que hacer con el panegírico de Brossa.
Es ahí que descubro que puedo hacer lo mismo que hizo
Velázquez con Las Meninas, que acepta el encargo de pintar
a la familia real y termina pintándose a sí mismo.
El autorretrato como respuesta al encargo, pienso
mientras por los ventanales veo el estrecho de Magallanes.
Pintarme a mí mismo por medio de una nueva autoficción
que, poco a poco, me permita ir dando con Brossa.
Esa misma noche decido responderle a Xavier que sí.
Que acepto. Y entonces le explico que mi panegírico no será
más que la historia de mi encuentro con la obra de Brossa:
una especie de relato autoficcional que iré escribiendo entre
universidades, aviones, clínicas, salas de embarque y hoteles.
Una nueva autoficción en donde, relatándome a mí mismo,
buscaré retratarlo a él.
Sí. Lo sé. Ya lo sé. Sé que puede parecer un acto de
amor propio, pero les aseguro que no lo es. Les ruego que
no se fastidien. Ni que lo tomen a mal. En esta autoficción
voy a tratar de explorar mi propia ingeniería del yo, pero con
la única finalidad de poder llegar a la suya.
Respetando la estructura de todo panegírico, este texto
constará de este exordio, de veintiocho breves demostracio-
nes y de un epílogo.
Su duración será de sesenta minutos y está dedicado a
Agustí Casals: Inspector de la Sexta Sección de la Comisaría
del Barrio Gótico de Barcelona.
Su título: Cartografía de una desaparición: panegírico
a Joan Brossa.
- 21 -
1.
En el vuelo que me lleva de Chile a Francia, miro algunos
documentales sobre Brossa.
Me gusta verlo hablar. Me gustan sus gestos. El mo
-
vimiento de sus manos. Su mirada torpe. Me gusta como
dosifica el débito de sus palabras. Es pausado. Lento.
Acompasado. Oír a Brossa es entrar en otro tiempo. O algo
más bello aún: es entrar en un tiempo sin tiempo. Hay un
pasaje en que tomando una letra A dice:
Es natural que un poeta especule con las letras.
Me gusta la A precisamente porque es la primera letra.
La alfa. Y además porque es la puerta por donde entra
la literatura. Si tomamos la A y la giramos entonces
al revés, es una cabeza de buey: un animal que está
relacionado con todas las religiones como símbolo de
vitalidad y trabajo.
De golpe, interrumpo el video y empiezo a sacar al-
gunos apuntes.
Brossa busca la materialidad de las letras. Se interesa
por el trazo del fonema. Por el dibujo del signo. No le in-
- 22 -
teresa tanto el significado sino el significante. Le atrae más
el continente que el contenido.
Poesía pura.
Lo que más le preocupa es la forma. El diseño. El reco-
rrido visual de la letra. Lo que más le importa es la huella
en la superficie. Como sucede con las pinturas de las grutas
de Altamira, en donde lo que importaba no era tanto lo
que el trazo representaba, sino el trazo mismo. De alguna
manera su escritura es rupestre. Prehistórica. Antediluviana.
Pre-lingüística. Una escritura neolítica.
Una escritura de antes de la escritura.
Es evidente que lo arcaico fascina a Brossa. Quizá venga
de ahí su obsesión por dar vuelta a la letra A para hacerla
parecerse a un buey, que es uno de nuestros animales más
primitivos.
Su escritura es notoriamente rupestre. No está ahí ni
para ser leída, ni para ser descifrada, ni para ser vista, sino para
algo mucho más primitivo: su escritura está ahí, solamente,
para estar ahí.
- 23 -
2.
Ni bien llego a París retomo la escritura de mi última pieza.
Se llama Cuando pases sobre mi tumba. Es un texto que
estoy escribiendo a mano y con sangre. Las sesiones de
escritura no están siendo nada fáciles.
La obra toca el tema de la necrofilia. Es una auto
-
ficción en la cual un escritor franco-uruguayo que está
preparando su eutanasia en una clínica de Ginebra decide
donar su cadáver a un joven necrófilo que está internado
en un hospital psiquiátrico de París. La pieza va alternando
los encuentros con el necrófilo y las citas con el médico
encargado de la eutanasia.
Por esos días, decido organizar mis jornadas de trabajo
de la siguiente manera: las mañanas las dedicaré a mis
sesiones de escritura con sangre y las tardes a estudiar la
obra de Brossa.
Fue así que trabajé durante todo el mes de febrero.
Una tarde, me di cuenta de que, cada vez que me
sentaba a escribir sobre Brossa, siempre tenía mis dedos
manchados de sangre y que esto había hecho que las letras
blancas de mi teclado se fueran poniendo rojas. Mis huellas
digitales habían ido, poco a poco, ensuciando con sangre
las teclas de mi ordenador. Pienso que a Brossa le habría
- 24 -
fascinado que las letras de quien está escribiendo sobre él
se fueran manchando de sangre.
Al escribir esto no puedo dejar de pensar en uno de sus
poemas más breves:
Este poema es una
huella de mi paso.
- 25 -
3.
Su firma me gusta.
Brossa.
Solo escribe su apellido y debajo una línea. Una línea
que parece estar allí para sostener la palabra en caso de que
fuera a caerse.
El nombre Brossa y una línea recta.
Como si con el nombre solo no le alcanzara para desig
-
narse. Como si una palabra sola no le bastara para nombrarse.
Como si, además, le fuera necesario un dibujo: una raya, un
trazo, una barra. Como si, para decirse, le fuera imperioso
algo más que un simple vocablo.
De golpe me entretengo en borrar el nombre Brossa y
en dejar solo la línea que hay debajo. Y entonces me doy
cuenta de que es mucho más que una línea.
Es un horizonte a lo lejos.
Es un mástil caído.
Una lanza derribada.
Un lápiz en descanso.
Es una boa esperando devorar un elefante.
Es un mar sereno.
Un cuerpo tendido.
Un renglón.
- 26 -
Es un trozo —solo un trozo— del interminable hilo de
Ariadna.
Es una aguja.
Un junco vencido.
Una canoa.
Es un trampolín. También puede ser un trampolín desde
donde Brossa se lanza al vacío.
O simplemente un trazo: un trazo horizontal y nada
más que eso.
Brossa y un trazo horizontal.
Esa es su firma.
Ese es su bautismo auto-gráfico.
Esa es su forma de decir yo.
- 27 -
4.
Mi editora argentina Gabriela Halac está de visita en Pa
-
rís. Una tarde vamos juntos a la marcha en memoria de
los desaparecidos en Uruguay, Argentina y Chile. Varios
manifestantes caminan con las famosas fotos en blanco y
negro de los desaparecidos.
– Eran tan jóvenes, me dice de pronto Gabriela. Eran
unas criaturas cuando los hacen desaparecer.
– Lo sé, le contesto. Mi padre apenas tenía veintitrés
años.
En un momento nos sentamos en una plaza y en silen-
cio miramos la manifestación. Y mientras miro algunas de
las fotos en blanco y negro, de repente, me entra el mismo
miedo de siempre. El miedo a también desaparecer. Así.
De golpe. Siempre el mismo miedo inexplicable. Entonces
se lo digo.
– Hay veces en que tengo tanto miedo a desaparecer.
Creo que es el legado que heredé de todo este desastre.
Es posible que sea mi única herencia. Un miedo atroz. In-
soportable. Y lo único que me calma es sentarme a escribir.
Gabriela me pregunta cómo voy con mi panegírico.
– Es un poeta enorme, le contesto.
- 28 -
Después nos despedimos y esa misma noche, cuando
llego a mi casa, recibo un WhatsApp suyo en donde solo
figuraba este verso de Brossa:
Somos herederos de la poesía del pasado
y nos sirve como materia de estudio.
- 29 -
5.
Una tarde voy al consultorio de un amigo que es oftalmó
-
logo y, después de contarle que estoy escribiendo sobre un
poeta catalán que sufría de catarata traumática, le digo que
quisiera experimentar cómo se ve el mundo con ese defecto.
Mi amigo me explica que se trata de la opacidad del
cristalino que provoca que la luz se disperse dentro del ojo
y que no se pueda enfocar bien, creando imágenes difusas.
– El resultado es una visión borrosa, me alerta mientras
me aplica una serie de gotas en los ojos para hacerme un
simulacro visual.
Luego me proyecta toda una serie de imágenes y me
pide que se las describa.
– Es hermoso, le digo. No me resulta nada desagrada-
ble. Todo se ve difuso, pero al mismo tiempo más bello. Más
suave. Las cosas dejan de delimitarse entre ellas. Es como
si no existieran más fronteras entre las formas. Como si no
hubiera más límites. Todo se confunde en un mismo todo.
– ¿Qué es lo que le pasó?, me pregunta mi amigo.
– Fue una herida de guerra. En plena Guerra Civil
española. Tenía apenas 19 años. Puedo decirte los versos
en donde él mismo relata el instante exacto en que su ojo
es herido para siempre. Dice así:
- 30 -
Las bombas caen ruidosamente.
No haré una descripción detallada del ataque.
En la playa hay un grupo de tanques abandonados
y numerosos cadáveres al descubierto.
Pasan heridos conducidos en literas.
Se oyen detonaciones y gemidos.
Una noche, alrededor de las doce,
nací por segunda vez.
Estoy rodeado de sacos,
en un lugar de observación.
Una voz grita: Joan.
Reculo a la trinchera
y, al constatar que no había nadie,
incide en el lugar en donde estaba antes
una bomba que me llena de humo y de olor a asado.
Me silban los oídos.
Después soy trasladado,
tendido en una litera,
y miro, como puedo, el firmamento.
Como a Wotan,
la sabiduría me cuesta un ojo de la cara.
Es un texto extraordinario.
Nací por segunda vez. Hay que tener coraje y lucidez
para reconocer, en un trauma que te hiere de por vida, el
inicio de una nueva trama. Nacer de nuevo. Como San Pablo.
Como San Agustín. Como San Francisco.
Después del consultorio decido ir al cine. Quiero seguir
viendo imágenes bajo el efecto Brossa. Dudo entre varias
películas, pero ninguna me convence del todo. Finalmente
decido ir a un cine porno. Desde hace meses estoy escribien-
- 31 -
do guiones pornográficos para una productora alemana y
necesito ideas nuevas para avanzar.
Voy al Apolo, me siento en medio de la sala y, poco a
poco, empiezo a descubrir el placer de no ver más las fron-
teras entre los cuerpos, las pieles, los músculos. Acá también
todo se confunde en un mismo todo.
Nací por segunda vez. La frase me golpea en la cabeza
durante toda la película.
Del cine me voy con alguien a un hotel y pasamos toda
la noche sin dormir. Una noche de excesos. De descontrol.
Es evidente que estoy empezando a tener una nueva
recaída. Mi cuerpo está empezando a no estar bien. Otra
vez empieza a sufrir.
A veces, yo también como Brossa, necesitaría nacer por
segunda vez.
- 33 -
6.
Una mañana vislumbro el dispositivo de lectura. El disposi
-
tivo de esto. De todo esto. Y entonces lo describo.
En el escenario vemos un escritorio en donde se en-
contrará instalado Sergio Blanco. Sobre el escritorio solo
vemos el texto de la pieza, algunos libros, el cuaderno de
notas y una lámpara. En el fondo se proyectará un mar en
movimiento al borde de una playa en plena noche. Ese mar
podrá ser el Mediterráneo. El Río de la Plata. El Pacífico.
La Mancha. El mar de Ostia. El estrecho de Magallanes. El
mar de Japón. O ninguno de ellos. El espacio estará oscuro
y apenas iluminado por la lámpara del escritorio. Cuando
el público entre, se oirá el «Ave Maria Stella» de Claudio
Monteverdi, hacia la mitad se oirá el tema «Si no te hubieras
ido» de Marco Antonio Solís y al final se oirá «Between the
Bars» de Elliott Smith. El texto en ningún momento podrá
ser actuado, sino que solo deberá ser leído, respetando una
cierta contención verbal y gestual como lo exige la lectura
de todo panegírico.
- 35 -
7.
A comienzos de marzo viajo a trabajar a la Universidad
Nacional de Japón y, durante toda mi estadía en Tokio, me
dedico a estudiar sus poemas objetos.
Decido mostrarles algunas imágenes a mis estudiantes
japoneses que quedan maravillados con su obra. Me gusta
hablar de Brossa en esta otra parte del mundo.
El primer objeto poema de Brossa es un trozo de cartón
arrugado que encuentra en la basura y que tenía la forma
de una corteza. Algunos años más tarde, Brossa va a des
-
cribir aquella acción de la siguiente manera: «Me gustó, la
saqué, la puse en un pequeño pedestal y me pareció que
aquello era una escultura perfecta».
1943.
El gesto es interesante. Fascinante.
Duchamp antes de Duchamp. Warhol antes de Warhol.
Arman antes de Arman.
Ir a la basura y hurgar.
– «Brossa» en catalán quiere decir aproximadamente
«basura», les explico a mis estudiantes. Brossa hurga en-
tonces en Brossa.
Se trata de un gesto hermoso. Casi sublime: ir a la
basura y extraer arte de lo que fue desechado.
- 36 -
Revolver la basura y sacar.
Hundir las manos en la mugre y extraer.
Volver la inmundicia al mundo, es decir: lo que era in-
mundo, ahora regresa al mundo.
Una forma de volver el tiempo hacia atrás.
Una especie de En busca del tiempo perdido. Brossa
hunde las manos en la basura, al igual que Proust hunde su
magdalena en su taza de té: como una forma de recuperar
un tiempo pasado.
Esa era su obsesión por lo inmundo: devolver al mundo
lo que este había descartado. O en términos más cristianos:
hacer que lo impuro se purifique.
- 37 -
8.
Cuando termino en la Universidad, me voy una semana a
Kioto para realizar un curso de caligrafía japonesa.
Las clases son en un santuario del siglo
xv que tiene
uno de los jardines de piedra más extraordinarios de todo
el Japón. Paso toda esa semana instalado frente al jardín y
dedicado solamente a ejercitar mi caligrafía.
Una de esas tardes, mientras leo a Brossa, y segura-
mente influenciado por todo lo japonés, me doy cuenta
de que los versos finales de tres de sus poemas, en donde
habla del vínculo entre la palabra y el silencio, podrían
perfectamente ser tres haikus. Entonces aparto estos tres
versos finales y los copio en mi cuaderno de notas como si
fueran tres hermosos haikus japoneses.
Extender la detonación del poema
luego callarse
y diluirlo en el silencio original.
Que el silencio
arrastre las palabras
a la profundidad.
- 38 -
El silencio es el original,
las palabras
son la copia.
Wikipedia define el haiku de la siguiente forma: pe
-
queño poema extremadamente breve que busca celebrar la
evanescencia de las cosas. Eso es exactamente lo que hace
Brossa en estos versos y en casi toda su poesía: celebrar la
evanescencia de la palabra: elogiar su desaparición.
- 39 -
9.
En el Aeropuerto Internacional de Hiroshima y mientras
espero para embarcar a París, leo un artículo sobre los
campos de concentración para homosexuales que se han
abierto en Chechenia. La noticia me aterra. Me espanta.
Cárceles secretas en donde los homosexuales son
encerrados y torturados.
Un horror.
El gobierno checheno responde que no es verdad
porque en su país no hay homosexuales.
La exterminación y la negación en las puertas de
Europa.
A Brossa le tocó batallar contra dictadores. El Führer. El
Duce. El Caudillo. Tres pobres diablos, como él los llamaba.
A nosotros nos toca batallar contra democracias.
Durante todo el vuelo de regreso, dejo de lado las
lecturas de Brossa y me dedico a escribir un artículo sobre
estos nuevos campos de concentración en donde todos los
días desaparecen jóvenes.
El último párrafo dice así:
Lo que estos bárbaros quieren apagar, no lo van a
lograr. Seguiremos pecando todo lo que tengamos ganas.
Seguiremos bailando hasta tarde. Seguiremos besándonos
- 40 -
y acariciándonos. Seguiremos adorando a Edipo, a Lot, a
Onán, a Marilyn y a Don Juan. Seguiremos leyendo a Safo,
a Sade, a Bovary y a Rimbaud. Seguiremos haciéndonos
piercings y tatuajes. Seguiremos travistiéndonos y multipli-
cándonos. Seguiremos trayendo niñas y niños a este mun-
do. Seguiremos la ley del deseo y no las del odio. Señores
fundamentalistas, no les tenemos miedo. Autoridades de
la República Rusa de Chechenia, se los advertimos, no se
pueden hacer una idea de con quiénes se están metiendo.
Seremos implacables.
Grozni está solo a cuatro horas de vuelo de este lugar
en donde estamos ahora.
- 41 -
10.
Una tarde se me ocurre hacer un Decálogo del Perfecto
Poeta a partir de algunos versos de Brossa. Voy hasta mi
escritorio, abro varios de sus libros y, después de subrayar
distintos versos, empiezo a extraerlos de los poemas y a
armar este decálogo compuesto solamente de frases suyas.
I. Intentad encontrar en las cosas su belleza transcen
-
dental y así tendréis el poema.
II. Trabajad a partir de textos neutros que se puedan
convertir en poéticos por el simple hecho de haberlos
elegido.
III. Agrupad letras de manera que formen palabras
y después juntad las palabras en una frase que se
convierta en poema.
IV. Buscad un intento de comunicación a partir del
grado cero de la escritura.
V. La palabra deberá ser la suprema vibración para
aquellos que no son músicos.
- 42 -
VI. Cread un sentido en cosas que no lo tenían.
VII. Decid al lector que abra el papel y que se entregue
a ese truco de fantasmagoría.
VIII. Después de escribir el poema, los límites de la hoja
ya no estarán en donde fue cortado el papel.
IX. El lector del poema será un ejecutante.
X. El único pedestal serán los zapatos.
- 43 -
11.
Seguramente todos conocen la anécdota.
Brossa responde «poeta» cuando se va a hacer su car
-
net de identidad, y el policía, habiendo entendido «paleta»,
pone «albañil» en su documento.
Que en su carnet de identidad figurara «albañil» me
parece acorde con toda su obra. Brossa no hace más que
construir y reconstruir el lenguaje, desmontar y montar la
lengua, demoler y levantar palabras y, de alguna manera,
reciclar permanentemente todas las letras del abecedario.
Todo su trabajo siempre consistió en el oficio de des-
construcción, desmantelamiento y demolición: ese sector
de la industria de la construcción que en la España de su
época estaba en plena expansión profesional antes de que
empezara el derrumbe de todo.
En los Archivos Cívicos de Barcelona se puede verificar
que, en efecto, en uno de sus carnets de identidad, Joan
Brossa figura como albañil.
– Fue un error, me dice la funcionaria.
– No lo sé, le contesto.
- 45 -
12.
De todos sus poemas, este es mi preferido:
Este verso es el presente.
El verso que habéis leído es ya el pasado
—que ha quedado atrás después de la lectura.
El resto del poema es el futuro,
que existe fuera de vuestra percepción.
Las palabras están aquí,
tanto si las leéis como si no.
Y ningún poder terrestre
lo puede modificar.
Cada vez que lo leo, no puedo dejar de pensar en las
Confesiones de San Agustín o en la teoría de la relatividad
de Einstein. Y tampoco puedo dejar de pensar que Brossa
logró sintetizar, en estos pocos versos, lo que a San Agustín
le llevó cientos y cientos de páginas y a Einstein miles y
miles de ecuaciones.
De alguna manera, el poeta es aquel que es capaz
de cristalizar, en un instante de belleza, toda la física y la
teología de la condición humana.
- 47 -
13.
Lima. Perú.
Mi obra La ira de Narciso es invitada al Festival Inter
-
nacional de Teatro al mismo tiempo que me invitan a dictar
un seminario en la Universidad.
Me llevo conmigo algunos de sus libros.
Poesía rasa.
Viaje por la sextina.
Baile de sangre.
Nos instalan en un hotel de lujo de Miraflores con unos
ventanales inmensos que dan al océano Pacífico.
Todos los días salgo temprano a correr, después regre-
so, me doy una ducha, desayuno en mi habitación y me
dedico a seguir leyendo a Brossa.
Una de esas mañanas amanezco con fiebre. Me pro-
ponen llamar a un médico. Les digo que no.
Es evidente que Brossa es el responsable de mi malestar.
Con el tiempo me he dado cuenta de que su palabra es una
palabra que enferma. Una palabra infecciosa. Contagiosa.
Una palabra que hace salir lo peor de nosotros mismos. De
hecho, por eso mismo me gusta. Por eso mismo me atrae.
La fiebre me sigue subiendo. Me tiro en la cama y leo
a Brossa en voz alta.
- 48 -
Yo mismo soy otro.
Me nombráis y me nombro
y todo ello se convierte en una razón real.
Entre el principio y el final de todas las cosas,
la unidad y la diversidad,
quien pueda remontarse al origen,
encontrará un universo que no sería nada sin la
palabra.
Entre las letras del abecedario todavía queda mu-
cho por descubrir.
A media mañana tengo 39 grados de temperatura.
Mi hermana Sandra me llama por teléfono desde Mon-
tevideo y me aconseja que consulte.
Finalmente, la organización del festival decide man-
darme un médico a mi habitación que, ni bien llega, me
ausculta, me toma la presión y me pregunta si he comido
algo que me ha hecho mal.
Le digo que no. Me insiste en la posibilidad de una
intoxicación alimenticia. Le vuelvo a decir que no. Que no
es eso. Y entonces se lo digo. Se lo explico.
– Hace tres días que no hago otra cosa más que leer la
poesía de Joan Brossa. El poeta catalán. Creo que es eso.
Pienso que la fiebre debe de ser eso.
El médico levanta los hombros en señal de desconcierto
y, después de recetarme un antibiótico de amplio espectro,
se despide amablemente y se va.
Ni bien cierro la puerta, rompo la receta en mil pedazos
y la arrojo a la papelera. Luego me vuelvo a tirar desnudo
sobre la cama y dejo que la fiebre me siga subiendo. Hay algo
que me gusta. Que me agrada. Que me excita. Y entonces
- 49 -
pienso que no tengo ninguna intoxicación. Ningún microbio.
Ninguna bacteria. No tengo nada de eso.
Mi cuerpo solo tiene a Brossa.
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una
palabra tuya bastará para enfermarme.
- 51 -
14.
Una tarde leo una frase de Montaigne y entonces decido
incluirla en mi panegírico. La frase es estupenda. Dice así:
«Si el mundo se queja de que yo hablo de mí, yo me quejo
de que ellos no piensen sobre sí».
Esa misma tarde después que termino de escribir, miro
en mi ordenador los informativos y es ahí que me entero.
De nuevo el horror.
Después de Niza, Berlín y Londres, ahora es el turno
de Estocolmo.
Un camión arremete la vía pública aplastando todo lo
que tiene enfrente. Atropellando los cuerpos de niños, de
mujeres, de hombres. Matando decenas de personas que
solo estaban ahí.
Otra vez lo impensable. La masacre. La carnicería.
Al rato lo confirman: se trata de un nuevo atentado
que acaba de ser reivindicado por el Estado Islámico.
Esa noche la imagen del camión arrastrando cuerpos
vivos no me deja dormir.
Eran personas que solo estaban ahí.
De golpe, me entra un profundo descreimiento en
todo. Y entonces lo hago. En medio de mi vigilia, lo reniego.
Y ahora es Él quien desaparece durante toda esa noche.
- 52 -
Me fue necesario tomar dos somníferos para poder
dormir un poco.
- 53 -
15.
Me llevó años comprender la iconoclasia. Recién la pude
comprender a los veintitrés años y fue durante mi primer
viaje a Barcelona cuando, en el tren que me traía, leí La
estatua mutilada de Tennessee Williams. El pasaje en
donde el héroe es descrito como un joven hermoso y con
un cuerpo perfecto pese a su brazo mutilado, y que lleva
a Tennessee Williams a compararlo con la estatua de un
dios griego que ha perdido su brazo, ese pasaje me hizo
comprender que la iconoclasia no consistía en un acto
destructivo, sino en un acto capaz de producir nuevas
formas. Y también comprendí, por medio de la belleza del
cuerpo mutilado del protagonista, que esta nueva imagen
podía ser todavía más bella de lo que era antes. Fue así
entonces que el acto iconoclasta se presentó en mi vida
como un fenómeno creativo que podía producir belleza.
Esto fue durante el verano en que vine por primera vez
a Barcelona. Era el año 1994 y, al mismo tiempo que duran
-
te el día descubría la ciudad, durante las noches descubría
la mayoría de los recintos religiosos con un joven catalán
que se empecinaba en que hiciéramos el amor profanando
lugares sagrados. Otra forma de iconoclasia.
- 54 -
También fue en esa estadía que empecé a probar mis
primeras sustancias. Fueron mis primeras noches de éxtasis,
de dosis exageradas y de despertares difíciles. Otra forma
también de romper algunos de los íconos neuronales que
me dejaron secuelas hasta el día de hoy.
Esa estadía terminó mal, muy mal, como era de esperar.
Después de un incidente nada agradable y por medio
del cuerpo diplomático, se me hizo una repatriación sanitaria
a París. Fue mi primera internación.
De ese primer viaje solo guardo un recuerdo agradable:
la tarde en que en una librería del Barrio Gótico me compré
mi primer libro de Brossa. Recuerdo que al leerlo sentí que
ese aprendizaje de la iconoclasia que se había iniciado con el
relato de Tennessee Williams, que había continuado con las
noches desenfrenadas en criptas y templos, y que había en-
trado por mi cuerpo hasta desordenarme el cerebro, ahora se
completaba con la poesía de este poeta que con el lenguaje
hacía iconoclasia pura.
En aquel verano, Joan Brossa me deleitó por la manera
radical con la cual mutilaba la lengua.
– Estoy leyendo al poeta español que me recomendaste,
le dije una de aquellas tardes a mi madre desde una cabina
telefónica.
– No es español, es catalán, me corrigió ella. La patria
de un poeta es la lengua en la que escribe. Tenés la voz mal,
me dijo enseguida mi madre desde un Montevideo muy
lejano. ¿Estás bien?
– No, le contesté poniéndome a llorar y derrumbándome
del todo.
Esa misma noche me sacaron de urgencia de Barcelona
para París. Todo fue muy rápido. No pude recuperar ninguna
- 55 -
de mis pertenencias. Lo único que pude llevarme conmigo
fue el libro de Brossa. Es este que tengo acá. Adentro hay
marcado un único verso.
Imagino que soy el que no soy
Recuerdo que, en la radio de la ambulancia que me
llevaba al aeropuerto, se podía oír la voz de Marco Antonio
Solís cantando uno de sus temas, mientras los médicos me
preguntaban por mis padres.
– Mi madre está en Uruguay.
– ¿Y su padre?
– En ningún lado, les contesté. Soy hijo de un desapa-
recido.
Todavía hay amaneceres en que me parece oír la voz de
aquel Marco Antonio Solís sonando a todo volumen, mien-
tras la ambulancia atravesaba Barcelona a toda velocidad. Y
cada vez que me parece oírlo, no pienso en otra cosa más
que en mi padre desaparecido.
Te extraño más que nunca y no sé qué hacer
Despierto y te recuerdo al amanecer
Me espera otro día por vivir sin ti
El espejo no miente, me veo tan diferente
Me haces falta tú
La gente pasa y pasa siempre tan igual
El ritmo de la vida me parece mal
Era tan diferente cuando estabas tú
Sí que era diferente cuando estabas tú
No hay nada más difícil que vivir sin ti
Sufriendo en la espera de verte llegar
- 56 -
El frío de mi cuerpo pregunta por ti
Y no sé dónde estás
Si no te hubieras ido sería tan feliz
- 57 -
16.
Montevideo. Es de tarde. La luz del cielo es hermosa. Desde
el escritorio de mi madre en donde estoy trabajando estos
días, puedo ver el Río de la Plata.
Estoy redactando una conferencia para la Facultad
de Ciencias Políticas del Uruguay sobre el vínculo entre la
Poesía y el Poder, y he decidido ilustrar mi exposición con
el corpus literario de Joan Brossa. Entonces escribo.
Toda lengua opera como ley. La lengua es ley. La lengua
nos obliga a hablar. Por eso mismo la lengua es una institu
-
ción fascista, ya que como recordaba Barthes el fascismo no
consiste en impedir decir, sino en obligar a decir. Meterse
entonces con la lengua es meterse con lo que reglamenta
el intercambio social. Des-construir una lengua es atacar el
orden establecido que la misma impone. Desordenar su cor-
pus lingüístico implica desordenar también el corpus social
e histórico. En estos momentos me encuentro estudiando la
obra del poeta catalán Joan Brossa y es por eso que voy a
ejemplificar con su trabajo. En toda su obra, como lo vamos
a ver, Brossa rompe la lengua y, de esta manera, su sistema
poético propone un desorden del lenguaje que termina
desordenándonos a nosotros mismos. Muy seguido Brossa
decía: «Me gusta torear las leyes de la gravedad». Toda su
- 58 -
obra es una desobediencia constante de la consigna lingüísti-
ca. Una negación de la norma. Una transgresión de la ley. La
revolución más radical de Brossa está en su des-construcción
permanente del lenguaje. Es allí en donde Brossa logra ser
un verdadero segador: su golpe de hoz más eficaz está en
el que da a las palabras. La obra poética de Joan Brossa es
un ejemplo claro de que la literatura es la única posibilidad
para salir del encierro fascista de la lengua.
De pronto mi madre me interrumpe y me pregunta si
me molesta.
Le contesto que no. Que para nada.
– Es que no me acuerdo bien quién sos, me dice de
golpe.
– Soy Sergio, mamá.
– ¿Quién?
– Yo.
A veces me pregunto si el Alzheimer finalmente no es
también una forma devastadora de revolución poética.
- 59 -
17.
Unos días después llego a Buenos Aires.
Me han invitado para asistir al estreno de mi pieza
Tebas Land y con motivo de la publicación del texto.
Buenos Aires es una ciudad a la que siempre quiero
ir, pero a la cual, ni bien llego, inmediatamente me entran
ganas de irme. Borges decía que Montevideo y Buenos Aires
eran la una el sueño de la otra y muchas veces la pesadilla.
Desde la habitación de mi hotel se ve ahora este otro
lado del Río de la Plata.
A las pocas horas de instalarme, me empiezo a dispersar,
a desconcentrar y todo mi trabajo empieza a desorgani
-
zarse. Trato de hacer esfuerzos para sentarme a escribir
mi panegírico de Brossa, pero me doy cuenta de que no
puedo. Me es imposible.
Pruebo trabajar de noche, pero tampoco puedo. Es
peor.
Al día siguiente me pasa lo mismo.
Y así, a medida que los días van pasando, la situación
se va empeorando cada vez más.
Toda mi escritura se ha frenado por completo. Siento
que no puedo avanzar. O algo peor: siento que la escritura
de este texto no va para ningún lado.
- 60 -
De alguna manera es normal que me esté pasando todo
esto. Me estoy acostando todas las noches tarde. Muy tarde.
Paso horas en las aplicaciones de encuentro. No dejo de
darme cita con extraños que suben a mi habitación. Paso
de un cuerpo a otro. De un contacto al otro. Una noche me
llaman de la recepción para decirme que no puedo dejar
subir a tanta gente a la habitación.
De nuevo los productos. Las sustancias. Los excesos.
Otra recaída.
Mi cuerpo se empieza a cansar de nuevo. Hay madru-
gadas en que quedo agotado y sin fuerzas.
Una vez más Buenos Aires como siempre me hace mal.
Me termina rompiendo. Me termina quebrando. Me termina
dejando tirado en una cama.
En medio de ese desorden, Joan Brossa deja de inte
-
resarme por completo. De pronto, no tengo más ganas de
seguir con este texto. Ni de seguir cargando con sus libros.
Pienso en escribir a Xavier. En decirle que no puedo. Que no
llego. Que estoy mal.
De golpe Brossa se ha transformado en una carga.
Una tarde en que no estoy bien, empujo de un golpe
todos los libros del escritorio. Los tiro todos al piso. Los
libros se desparraman por la habitación. Y mientras los veo
caer, mientras los veo ir cayendo, se me viene a la cabeza la
imagen de su cuerpo rodando por la escalera. Y ni siquiera
esa imagen terrible alcanza para despertar en mí un poco de
piedad. Al contrario. Disfruto viendo como todos los libros
caen. Como algunos se rompen. Como la mayoría se dañan.
– Basta, me digo. Se terminó Brossa.
- 61 -
De pronto, empiezo a agarrar a patadas todos los mue-
bles de la habitación. No logro calmarme. No hay nada que
me tranquilice.
Por suerte, en un momento me llama por teléfono mi
otra hermana Roxana.
Le explico lo que me pasa.
Me pide que me calme. Que tengo que tranquilizarme.
Que se ve que no estoy bien.
– Tuviste otra recaída, me dice. No es grave.
Y así, de a poco y con mucha calma, logra tranquilizarme
desde el otro lado del teléfono. Desde el otro lado del Río.
Del delta. Del estuario.
Luego de cortar, me doy una ducha con agua bien
caliente y, después de tomarme un somnífero, me acuesto
en la cama. Poco a poco el sedante empieza a hacer efecto.
Y entonces, mientras me voy durmiendo, se me viene a la
cabeza el mismo verso de Brossa que me persigue desde los
veintitrés años.
Imagino que soy el que no soy
Después de tres noches sin poder dormir, finalmente mi
cuerpo pudo hacerlo.
- 63 -
18.
En el vuelo de regreso a París puedo retomar la lectura de
Brossa y, sobre todo, puedo retomar la escritura. En un
momento abro mi ordenador y me dedico a trabajar a partir
de una frase suya que dice:
La pobreza más degradante es la falta de imagi
-
nación. El hombre es prisionero del límite de la forma.
Pero la imaginación nos permite explorar lo descono-
cido que nos rodea y superar nuestras limitaciones.
Me pongo a sacar apuntes.
En efecto, la imaginación desbordante de Brossa es
una de las primeras cosas a las que uno se enfrenta cuando
empieza a trabajar con su obra. Su imaginación desborda
en cada cosa que Brossa escribe, dibuja o concibe. Y creo
que es justamente esa misma imaginación exuberante, en
medio de la época mediocre que le tocó vivir, la que hace
que su obra sea profundamente provocadora. El verdadero
provocador no busca ahuyentar como se suele creer, sino
que, fiel a la etimología latina «provocare» que significa
«invitar», busca convocar. Es en este sentido que Brossa es
- 64 -
un auténtico provocador: nos invita a imaginar para no ser
más prisioneros de los límites de la forma.
Cuando termino mis anotaciones, cierro mi ordenador,
reclino el asiento y descanso unas horas.
Un rato después, cuando nos sirven el desayuno, abro
la ventana y puedo ver el amanecer. El sol está saliendo a lo
lejos sobre las nubes y, mientras lo miro con tranquilidad,
pienso en su poema que habla de este instante preciso.
A pesar de las nuevas técnicas de la imagen
a la salida y a la puesta del sol
el aspecto de las nubes es siempre rojizo.
De pronto la luz naranja que entra al avión nos embe-
llece a todos nosotros, pobres transeúntes de una época tan
vulgar e inculta como la que le tocó vivir a Brossa.
Ahora el avión se inclina y levemente empieza el des-
censo.
- 65 -
19.
Una vez en París, los médicos deciden la internación. Va a
ser en el norte de Francia. Un nuevo tratamiento.
La clínica está al lado del balneario de Deauville y se
encuentra frente a una playa. Otra vez el mar. Las olas. El
agua. Esta vez no es el Pacífico, ni el Río de la Plata, ni el mar
de Japón. Esta vez es el mar de la Mancha.
El lugar es hermoso.
Me traigo varios libros de Brossa conmigo.
Duermo mucho. Demasiado. Entre cada sesión de
sueño, lo único que hago es leer y escribir. Otras veces
me quedo tendido en la cama mirando el techo. El cuerpo
demora en volver a recuperarse.
Por las mañanas puedo retomar mis salidas, pero me
es imposible correr. Solo camino. Lo hago por la playa.
Algunas veces voy caminando por la costa hasta
Deauville y me detengo frente al antiguo hotel de las Rocas
Negras, a mirar la ventana que era de Duras, justo al lado de
la que era de Marcel Proust. Y entonces me quedo en ese
lugar un rato, mirando esas dos ventanas. Luego regreso,
siempre caminando al borde del mar.
Al mediodía como bien. A la noche también. En pocos
días recupero mi peso normal.
- 66 -
Es un lugar en donde realmente se descansa y en donde
uno puede concentrarse y volver a centrarse. Sobre todo,
esto último.
Hay un poema de Brossa que me ayuda en este mo-
mento.
Ningún otro Dios ha de ser alabado.
Por más que consideréis viable esta o aquella
iniciativa
la verdad es que las preguntas y las respuestas
están dentro de vosotros.
De a poco voy retomando mi tren de vida habitual. Y
eso me hace bien.
Esta vez no me dejan recibir visitas. Hay días en los que
me siento solo. Y entonces me entran ganas de llorar. Lo
hago. Otras veces no puedo.
La única compañía que tengo en este momento es
Brossa.
No es fácil decirlo y al mismo tiempo es tan simple: no
escribo sobre mí porque me quiera, sino porque quiero que
me quieran.
- 67 -
20.
Cuanto más miro sus poemas visuales, más comprendo que
Brossa no trasladó tanto la palabra a la plástica, sino más
bien la plástica a la palabra. En varios de ellos, le da una
materialidad al lenguaje que es extraordinaria.
Por momentos Brossa escribe como un pintor.
En un breve video en donde se lo ve escribiendo, es
posible percibir que el gesto de su mano mientras escribe
es el mismo gesto de un pintor cuando pinta. En el mo
-
vimiento de su mano aparece más la herencia del Giotto,
de Durero o de Mondrian que la de Erasmo, la de Wilde o
la de Octavio Paz.
Brossa no escribía el alfabeto, sino que lo dibujaba. De
alguna manera, no hizo otra cosa más que dedicar toda su
vida a pintar el lenguaje.
- 69 -
21.
El mismo día que regreso de la clínica a París, escucho la
noticia.
Más de 300 muertos en Siria. Los pulmones quemados.
Calcinados.
Un horror. Un nuevo Auschwitz a cielo abierto.
Esa tarde me siento frente a mi ordenador, pero las
palabras no vienen. Hay veces en que uno se transforma
en un pozo sin fondo en donde no hay nada.
No sé qué escribir. Estoy paralizado delante de mi
teclado.
En medio de la angustia, me pongo a buscar algún
poema de Brossa que pueda decir todo lo que yo no pue
-
do. En un momento lo encuentro y entonces empiezo a
copiarlo en mi ordenador.
Transcurren siglos y siglos.
Las civilizaciones se suceden.
Los hombres luchan entre sí.
Ponen la inteligencia al servicio de malas cosas.
Y es fácil adivinar que vendrá el día,
después de grietas y erupciones,
- 70 -
en que el universo
continuará existiendo sin el hombre.
Después de copiar el poema, escribo en mi pantalla: un
nuevo Auschwitz a cielo abierto.
Y de golpe, así, de golpe, decido dar vuelta a la palabra
Auschwitz.
Lo hago.
Y entonces, ahora aparece el buey. Ahora Auschwitz
no es más Auschwitz.
Hago lo mismo con Siria. Y después con Europa.
Y así, de a poco, empiezo a dar vuelta a todas las pala
-
bras. A todo el lenguaje. Poco a poco, empiezo a des-escribir
el mundo. A darle vuelta.
Ahora sí, estoy bajo el efecto Brossa.
Mi pantalla es ahora un montón de garabatos imposibles
de leer. Una página toda desprolija. Un soporte tan desor-
denado como era su estudio de la calle Balmes.
De pronto no hay más Europa. Ni Siria. Ni Auschwitz.
Ni Montevideo. Ni Hiroshima.
El mundo ha desaparecido. Se ha desdibujado. Imposible
reconocer fronteras. Países. Territorios.
En pocos minutos, toda esta cartografía del desarraigo
y el dolor que como especie humana no hemos dejado de
diseñar desde hace siglos ahora desaparece del todo y para
siempre.
- 71 -
22.
Antes de estudiar la obra de Brossa, Barcelona para mí
estaba solamente vinculada a Joan Miró, al Barça y a nada
más.
A Miró lo descubrí en mi adolescencia y siempre me
fascinó por ser el único pintor ante el cual puedo entrar
en un verdadero estado de devoción. Siempre tengo la
impresión de que sus pinturas no están para ser miradas,
sino para ser veneradas como imagino que se veneraban
los íconos en plena Edad Media: cada vez que estoy frente
a alguna de ellas, puedo cerrar los ojos y dejar de mirarlas,
para que una especie de meditación se instale en mí. Es
por esto mismo que siempre sostuve que Miró, de alguna
manera, es un pintor medieval.
Y al Barça lo conozco desde niño. Siempre fue mi equi
-
po preferido. Y lo sigue siendo. Cuando la gente me pre-
gunta si me siento uruguayo o francés, siempre respondo lo
mismo: me siento del Barça. Me gusta ser seguidor de este
cuadro de fútbol. Me gusta coleccionar sus camisetas. Ver
todos sus partidos. Me gustan sus himnos. Sus banderas.
Me gustan sobre todo sus equipos de hombres hermosos
que vienen de todas partes del mundo. Siempre tengo en
mi biblioteca la foto de algunos de ellos.
- 72 -
Hasta hace muy poco, esta ciudad se resumía entonces
a un pintor medieval en pleno siglo xx y a un club de fútbol
con los mejores jugadores del mundo. Desde hace solo unos
meses, Barcelona también ha pasado a ser Joan Brossa, quien
finalmente tiene algo tanto del uno como del otro. Porque
me divierte pensar que Brossa, de alguna manera, es un
poeta medieval obsesionado por el juego.
- 73 -
23.
Estoy en el suroeste de Francia. En la casa de campo. Es
domingo de Ramos.
Después de la ceremonia en la abadía de Moissac, voy
a recogerme al claustro. Es uno de los más antiguos de
Europa. Una maravilla. Los capiteles de las columnas están
todos adornados con escenas que representan pasajes de
la Biblia.
Mientras camino por las galerías, pienso en la obsesión
que siempre ha tenido el ser humano por imprimir en la
piedra los mitos: las leyendas: las ficciones que nos fundan
como especie.
El sacrificio de Abraham.
La resurrección de Lázaro.
La ciudad de Babilonia.
David y Goliat.
El bautismo de Cristo.
Dalila y Sansón.
La Anunciación.
El martirio de San Pedro.
Y mientras sigo pensando en la obstinación por tallar
en la piedra no tanto la historia del mundo sino la gran
- 74 -
ficción del mundo, de golpe se me vienen a la cabeza estos
versos de Brossa:
Todo poema es una detención
ya que sustrae formas de la vida
para conservarlas en los versos.
Y entonces, siempre en el claustro, pienso que el arte
no es otra cosa más que esta necesidad antropológica de
conservar, como dice Brossa, para poder detener el tiempo.
Una forma de poder finalmente resistir a la muerte: eternizar
en el papel, en la piedra, en el lienzo o en un software, esta
experiencia que nos destina a perecer, a descomponernos y
a desaparecer para siempre.
- 75 -
24.
Fines de abril. Esta vez el avión me trae a Barcelona.
La idea es visitar su obra. Encontrar a sus amigos. Tocar
sus originales. Y, sobre todo, poder escribir una parte de
este texto en la escalera desde la cual cayó y murió.
Toda esa semana me dedico a seguir los rastros de
Brossa entre archivos, bibliotecas y fundaciones. Cada día
me cito con personas distintas. Los diferentes relatos me van
armando un poliedro imposible: una especie de caleidosco
-
pio que vuelve improbable la reconstrucción de su imagen.
Paso el día entero recorriendo la ciudad. Cuando uno
trabaja con la obra de Brossa, es imposible no terminar
dando siempre con Barcelona como sucede con el Dublín
de Joyce, con la Praga de Kafka o con la Lisboa de Pessoa.
Brossa me ha ido haciendo descubrir una nueva Barcelo-
na: un nuevo mapa dentro del mapa. Una nueva cartografía.
Calle Balmes. Plaza Nova. Calle Génova. Plaza Molina. Una
de las experiencias más interesantes durante esa estadía
fue la de ir a visitar todos estos lugares y poder ir pasando
lentamente del mapa al territorio.
Una noche me entran ganas de hacer un grafiti con
algún texto suyo.
Me recomiendan no hacerlo.
- 76 -
Pero igual voy. Igual lo hago. A las dos de la mañana
voy hasta el barrio de Gracia y, en un muro de piedra, hago
el primer grafiti de mi vida con el siguiente verso de Brossa:
Escuchad este silencio
- 77 -
25.
Durante toda esa semana busco rastros de Christa Leem.
Quiero trabajar con el tema del striptease. Siento que es
el tema menos estudiado en la obra de Brossa. Encuentro
muy poca documentación. Casi nada.
Una noche pienso que es posible que el striptease solo
se entienda por la experiencia del cuerpo. Entonces se me
ocurre salir a la calle para ir a buscar a alguien que se quiera
prestar al juego. Camino durante un rato hasta que en una
plaza del Raval me cruzo con un chico hermoso. Lo miro. Me
mira. Nos damos media vuelta y nos detenemos a conversar
en una esquina. De pronto se lo pregunto. Le pregunto si se
anima a hacerlo. Si se anima a desvestirse delante de mí en
algún lugar a donde podamos ir juntos.
Me responde que sí. Que por supuesto.
Entonces le propongo ir a un hotel.
– Puedo conseguir de todo, me dice. En este barrio
hay muy buenos productos. Conozco un lugar. Podemos ir,
compramos y así pasamos toda la noche juntos.
Le digo que sí. Acepto. Me dejo conducir. Me dejo
llevar.
Veinte minutos después entramos a un hotel barato y
alquilamos una habitación por toda la noche.
- 78 -
Ni bien cerramos la puerta, desparrama la mercancía
sobre una mesa, la corta en mil pedazos con mi tarjeta de
crédito y cinco minutos más tarde empieza a desvestirse.
– Lentamente, le digo. Bien lentamente.
No solo lo hace a las maravillas, sino que, además, me
doy cuenta de que le gusta hacerlo. Que le agrada.
– De a poco, le repito cada tanto. Te pido que te des-
nudes de a poco. Así. Lentamente. Quiero que te vayas
quitando la ropa poco a poco.
Y entonces lo veo sacarse su camiseta. Es una camiseta
del Barça. El número 10. Y después lo veo abrirse el cinturón
mientras me mira y sonríe, antes de empezar a desprenderse,
uno a uno, los botones de sus pantalones.
– Bien de a poco, le sigo insistiendo.
Es hermoso y su cuerpo es realmente perfecto. Una vez
que se queda desnudo del todo, lo hacemos.
– ¿De dónde sos?, le pregunto unos minutos después.
– De Damasco, me contesta.
– ¿Cómo llegaste?
– Escondido en un camión. Y después por el mar. Pero
no quiero hablar de eso.
– Está bien, le digo. Entonces hablemos de otra cosa.
Y entonces hablamos del Barça. Y de Messi. Y de Luis
Suárez.
– Ese es el país de donde yo vengo, le explico.
Y después lo volvemos a hacer. Una y otra vez. Y así
pasamos toda la noche. Hasta que amanece. Hasta que no
queda nada más sobre la mesa. Hasta que nuestros cuerpos
no pueden más.
Ahora estamos los dos tendidos sobre la cama. No
tenemos más fuerzas.
- 79 -
Por la ventana abierta de la habitación entra la brisa
del Mediterráneo.
En un momento me incorporo y veo toda su ropa des-
parramada por el suelo, mientras un hilo de sangre empieza
a correr por una de mis narinas. Y entonces es ahí, en ese
instante mismo, mientras él duerme a mi lado, que entiendo
algo del striptease.
Es posible que se trate de una forma de sacarnos len-
tamente la civilización de encima. Volver a la desnudez de
antes del primer pecado. Un estado pre-sapiencial. Dejar caer
la hoja de parra. No haber comido nunca de ese fruto. Re
-
gresar a un tiempo sin conocimiento. Sin ciencia. Sin moral.
Sin vergüenza. Volver lentamente a aquel paraíso perdido.
Y mientras dejo que el hilo de sangre se deslice por mi
torso, disfruto de un mundo sin ley. Un mundo de desnudez
total. Ese mundo del amanecer del mundo. Ese mundo del
principio. Del comienzo. Ese mundo próximo del momento
en donde el principio fue el Verbo.
Quizás era ese estado el que buscaba Brossa, en su
fascinación por el striptease. O quizá no. Es posible que no.
Es posible que esta sea mi obsesión y no la suya. Pero la idea
de todo esto no es solo llegar a él por medio de mí, sino
también poder llegar a mí por medio de él.
Ahora amanece en la habitación del hotel, mientras mi
sangre humedece apenas el suelo de la habitación.
- 81 -
26.
Recorro Barcelona con sus libros de poesía. Cada tanto me
acerco a alguien y le pido si me puede leer un poema. Es la
única forma de poder oír a Brossa en su lengua.
Se lo pido a transeúntes, a barrenderos, a policías, a
los choferes de taxi, al personal de los museos, se lo pido
a los controladores del metro y a una vendedora de flores.
Nadie se niega a hacerlo. Todos aceptan. Todos se
apropian de sus versos como de las letras del Barcino, sobre
las cuales toda Barcelona suele treparse.
De a poco, he podido dejar de leerlo en español y he
empezado a leerlo en catalán.
Finalmente, Brossa terminó imponiéndome su lengua.
En solo cuatro meses, logró establecer el catalán entre no
-
sotros. Y a tal punto que un día me sorprendo a mí mismo
escribiendo Catalunya sin eñe.
Solamente con la fuerza y la belleza de sus palabras,
Brossa logró la independencia: la autonomía: la emanci-
pación: la libertad.
Queremos vivir plenamente en catalán, dice su famoso
afiche.
El diseño es hermoso.
La fórmula, contundente.
- 82 -
El credo, irrebatible.
Si hay algo que he aprendido en estos cuatro meses de
catalán intensivo, es que la verdadera independencia pasa
por la lengua, porque es ahí en donde empieza todo y en
donde termina todo.
- 83 -
27.
El 30 de diciembre es el día de mi cumpleaños y es tam
-
bién el día de su muerte después de haber caído por la
escalera de su estudio. Esta misma escalera en donde estoy
ahora. Esta misma escalera a donde vine especialmente,
para poder escribir esta parte del texto sentado en los
escalones que lo vieron caer.
Desde este lugar Brossa cayó y calló, logrando desor-
denar su alfabeto para siempre.
Me pregunto si su fascinación por las escaleras, con las
que tanto trabajó durante toda su vida, no era finalmente
un presagio de lo que sería su propio final. No sé. Me gusta
pensar a Brossa como una pitonisa adivinadora de augurios.
A él, a quien tanto le fascinaban los sortilegios, me gusta
imaginarlo en sacerdotisa. En hechicera. Hay un video en
donde se lo ve bailando con movimientos exageradamente
amanerados y femeninos, una danza que lentamente lo
va haciendo entrar en una especie de trance ancestral. En
ese trance en el que seguramente entraban las pitonisas a
la hora de pre-decir aquello que nadie alcanzaba a decir.
Brossa seguramente vislumbró su propia muerte. Y
estoy seguro de que cada vez que la imagen de su cuerpo
rodando por las escaleras se le presentaba, la secuencia no
- 84 -
le debía ni de espantar, ni de aterrar, ni de estremecer, sino
todo lo contrario. Estoy seguro de que esa imagen lo debía
de divertir y de entretener.
A veces pienso que su última caída fue intentar, una
última vez, que el dado pudiera dar el siete.
La muerte de Brossa fue lo más brossiano de toda su
obra: un verdadero poema corporal en el espacio.
- 85 -
28.
Una noche me llaman de la Policía. Había habido un inciden
-
te grave con el joven sirio y, como en su teléfono encuentran
mi número, me convocan para que pase de urgencia por la
Sexta Sección de la Comisaría del Barrio Gótico.
No me es nada fácil llegar. Toda la ciudad está bloquea-
da por las fuerzas del orden y el tráfico está todo cortado.
La ciudad es un caos.
Ni bien llego, me explican todo.
Desde hacía meses, el sirio y un grupo de amigos suyos
venían preparando un atentado islamista. Tenían pensado
pasar al acto esa misma noche con un camión que acababa
de ser detenido frente a la Catedral. Se trataba de un gru-
po terrorista que formaba parte de una importante célula
salafista. Todos habían sido detenidos. Todos salvo él, que
había desaparecido.
Me dejan retenido durante más de seis horas. Me
hacen mil veces las mismas preguntas. Quieren descartar
que tenga algún contacto con el grupo.
– No tengo nada que ver con toda esa historia, les
repito varias veces. Solo lo vi una noche. Fuimos a un hotel
y tuvimos sexo. Nada más.
- 86 -
Aparentemente el contacto que le vendía las drogas
también estaba implicado en la célula salafista.
– Es así como se financian, me explica un agente.
– Nunca hubiera imaginado que una noche de sexo y
un poco de droga podía terminar financiando el Yihad, les
contesto.
Me dicen que seguramente voy a pasar ahí toda la noche
y me llevan a una sala de espera.
Empiezo a estar cansado. Miro la hora y veo que ya es
medianoche. Y mientras estoy ahí, esperando en esa sala
blanca e iluminada por neones fuertes, de pronto se me
viene a la cabeza la imagen del sirio y entonces pienso que
se trata de un nuevo desaparecido más en toda esta historia.
Otro más que desaparece en este panegírico.
Como el lenguaje que siempre desaparece en la obra de
Brossa. Como los jóvenes de Grozni desapareciendo en las
cárceles clandestinas. Como los glaciares de Punta Arenas
desapareciendo para siempre. Como mi padre desaparecido
desde aquella noche en que nunca más volvió a casa. Como
la nitidez visual desapareciendo de la mirada del joven Brossa
en plena Guerra Civil española.
Y entonces es ahí que pienso en el título de este pane-
gírico. Es ahí que lo veo por primera vez:
Cartografía de una desaparición.
A la una de la mañana viene a verme el inspector que
está dirigiendo la investigación.
Trato de explicarle con mi mayor calma posible que la
única razón por la cual estoy en Barcelona es para estudiar
la obra de Joan Brossa.
Me hace miles de preguntas.
- 87 -
En un momento le muestro como prueba el mail de
invitación del Teatro Nacional de Cataluña. Y ni bien lo
hago, me doy cuenta de que cometí un error. El inspector
pide que lo pongan en contacto de inmediato con el señor
Xavier Albertí. De golpe, me siento avergonzado de que a
esa hora llamen al director de un Teatro Nacional en donde
estoy trabajando, para detallarle la situación en la cual me
encuentro. Le pido al inspector que no lo haga. Que eso
me puede traer problemas.
Por suerte, en ese mismo instante, reciben una llamada
desde París. Es la Policía Nacional Francesa.
El inspector habla un largo rato con ellos y, después de
cortar, me anuncia que voy a poder irme, pero que puede
volver a citarme en cualquier momento. Luego me hace
firmar unos papeles, me devuelve mi pasaporte y antes de
irme, me hace una última pregunta.
– ¿El lunes 15 de mayo es usted mismo quien leerá su
panegírico?
– Sí, le respondo un poco asombrado por su pregunta.
Si quiere venir, puedo invitarlo.
– Con mucho gusto, me contesta. Iré con mucho placer.
Señor inspector, quiero agradecerle públicamente su
presencia aquí esta noche. Ya lo ve. Era todo verdad. El pa-
negírico. Brossa. El Teatro Nacional de Cataluña. El Festival
de Poesía. Espero que ahora comprenda que la única mentira
era usted. Es usted. Créame, señor inspector. Sé de lo que
hablo. Mi trabajo es mentir la verdad. O como decía Brossa:
imaginar que soy el que no soy.
- 89 -
EPÍLOGO
Durante estos cuatro meses no dejé ningún día de hacerme
la misma pregunta. ¿Quién fue Joan Brossa?
Nunca logré dar con ninguna respuesta.
El último domingo que estuve en Barcelona, decidí
ir al parque de atracciones del Tibidabo y subir al famoso
tren aéreo del cual Brossa siempre decía que era uno de
los mejores recuerdos que tenía de su infancia por la paz
que le daba estar en ese sitio con sus padres.
Luego de sacar un ticket, de instalarme en la atrac
-
ción y de esperar unos minutos, de pronto el tren aéreo
empezó a girar.
La sensación fue hermosa.
Y sobre todo fue hermoso comprender que Brossa
tenía razón: ese lugar despertaba una profunda paz. Desde
ese lugar se podía ver toda Barcelona y al fondo todo el
Mediterráneo inmenso e irremediable.
Ese Mediterráneo que era el mar más hermoso del
mundo.
Ese Mediterráneo que había sido la cuna de todos
nosotros.
Ese Mediterráneo que cada día era más azul.
- 90 -
Ese mismo Mediterráneo que en los últimos años se
había transformado en un cementerio de negros y árabes,
pero que pronto volvería a ser un mar y no más un abismo.
Ese Mediterráneo que, según los expertos, sería el último
mar del planeta en evaporarse después que desapareciéra
-
mos todos.
Ahora ese Mediterráneo estaba ahí. A mis pies. Y de
repente, ese mismo Mediterráneo empezó a ser todos los
mares. Todas las aguas. Y en un momento también fue el
Río de la Plata. Ese otro mar al borde del cual pasé toda mi
infancia. Y entonces fue ahí, desde esa atracción para niños,
que de golpe me di cuenta de que acababa de encontrar a
Brossa. Y si era ahí en donde finalmente había logrado dar
con él, era porque Brossa no estaba en otro lugar más que
en mi infancia.
En el juego.
En la magia.
En las noches del 5 de enero esperando a los Reyes
Magos.
En el disfraz.
En el abecedario desparramado por mi cuarto.
En los brazos de mis padres antes de que una junta
militar o el Alzheimer los hicieran desaparecer para siempre.
Entonces cerré los ojos y traté de olvidar todo lo que
había escrito en mi panegírico. Y una vez que logré olvidar
todo y mientras seguía girando en el tren aéreo con el viento
del mar acariciándome el rostro, recién en ese momento,
alcancé a encontrarlo realmente.
Ahora lo comprendía: Brossa también era yo.
Este libro,
impreso
los talleres de Gráficas Arrels
de la ciudad de Tarragona,
fue terminado
el día 30 de diciembre de 2017
Volums publicats:
Textos a part
Teatre contemporani
1 Gerard Vàzquez, Magma, 1998. Premi Born
1997
2 Enric Rufas, Certes mentides, 1998
3 Lluïsa Cunillé, La venda, 1999
4 Juan Mayorga, Cartes d’amor a Stalin, 1999.
Premi Born 1998
5 Toni Cabré, Navegants, 1999. Premi Serra
d’Or 1999
6 Patrice Chaplin, Rient cap a la foscor, 2000
7 Paco Zarzoso, Ultramarins, 2000. Premi Serra
d’Or 1999 (al millor text espectacle)
8 Lluïsa Cunillé, L’aniversari, 2000. Premi
Born 1999
9 Bienve Moya, Ànima malalta, 2000
10 Joan Casas, L’últim dia de la creació, 2001
11 Toni Rumbau, Eurídice i els titelles de
Caront, 2001
12 Rosa M. Isart Margarit, Vainilla, 2001. Premi
Joaquim M. Bartrina 2000
13 Raül Hernández Garrido, Si un dia m’oblides-
sis, 2001. Premi Born 2000
14 Harold Pinter, L’engany, 2001
15 David Plana, Després ve la nit, 2002
16 Beth Escudé, Les nenes mortes no creixen,
2002. Premi Joaquim M. Bartrina 2001
17 Luis Miguel González, La negra, 2002. Premi
Born 2001
18 Enric Nolla, Tractat de blanques, 2003
19 Dic Edwards, Sobre el bosc lacti, 2003
20 Manuel Molins, Elisa, 2003
21 Meritxell Cucurella, Pare nostre que esteu
en el cel, 2003
22 Llorenç Capellà, Un bou ha mort Manolete,
2003. Premi Born 2002
23 Gerard Vàzquez i Jordi Barra, El retratista,
2003. Premi del Crèdit Andorrà 2002
24 Albert Mestres, 1714. Homenatge a Sarajevo,
2004
25 AAdd, Dramaticulària, 2005
26 Miquel Argüelles, Una nevera no és un armari,
2004. Premi Joaquim M. Bartrina 2002
27 Joan Duran, Bruna de nit, 2004
28 Vicent Tur, Alícia, 2005. Premi Joaquim M.
Bartrina 2003
29 Josep Julien, Anitta Split, 2005. Premi del
Crèdit Andorrà 2004
30 Magí Sunyer, Lucrècia, 2005
31 Ignasi Garcia Barba, El bosc que creix / Marina
/ Preludi en dos temps, 2005
32 Marco Palladini, Assassí, 2006
33 Jordi Coca, Interior anglès, 2006
34 Marta Buchaca, L’olor sota la pell, 2006. Premi
Joaquim M. Bartrina 2005
35 Manuel Molins, Combat, 2006
36 Marc Rosich, Surabaya, 2007
37 Carlos Be, Origami, 2007. Premi Born 2006
38 Ödön Von Horváth, Amor Fe Esperança. Una
Petita dansa de mort en cinc quadres, 2007
39 Jordi Sala, Despulla’t, germana, 2007
40 Cinta Mulet, Qui ha mort una poeta, 2007
41 Gerard Guix, Gènesi 3.0, 2007. III Premi
Fundació Romea de Textos Teatrals 2006
42 Aleix Aguilà, Ira, 2007. Premi del Crèdit
Andorrà 2006
43 Carles Batlle, Trànsits, 2007
44 Marc Rosich, La Cuzzoni, 2007
45 Fernando Pessoa, El mariner, 2007
46 Janusz Glowacki, Antígona a Nova York, 2007
47 Jordi Faura, La sala d’espera, 2008. Premi
Joaquim M. Bartrina 2006
48 Toni Cabré, Demà coneixeràs en Klein, 2008
49 Damià Barbany, Arnau, el mite; la llegenda
catalana, 2008 (Inclou un CD)
50 José Sanchis Sinisterra, El setge de Lenin-
grad, 2008
51 Jesús Díez, El show de Kinsey, 2008. Premi
Born 2007
52 Guillem Clua, Gust de cendra, 2008
53 Josep M. Miró Coromina, Quan encara no sa-
bíem res, 2008. Premi del Crèdit Andorrà 2007
54 Josep Julien, Hong Kong Haddock, 2008.
IV Premi Fundació Romea de Textos Teatrals
2008
55 Ignasi Garcia i Barba, Mars de gespa / La
finestra / Sota terra, 2008
56 Albert Benach, Mascles!, 2008
57 Erik Satie, El parany de Medusa, 2009
58 Joan Cavallé, Peus descalços sota la lluna
d’agost, 2009. I Premi 14 d’Abril de Teatre
2008
59 Josep M. Diéguez, De vegades la pau, 2009.
Accèssit I Premi 14 d’Abril de Teatre 2008
60 Angelina Llongueras i Altimis, El cobert, 2009.
Accèssit I Premi 14 d’Abril de Teatre 2008
61 Carles Batlle, Oblidar Barcelona, 2009. Premi
Born 2008
62 Enric Nolla, Còlera, 2009
63 Manuel Pérez Berenguer, Hòmens de palla,
dies de vent (Una reflexió sobre el destí),
2009. Premi del Crèdit Andorrà 2008
64 Jordi Faura, La fàbrica de la felicitat, 2009
65 Joan Gallart, Sexe, amor i literatura, 2009
66 Pere Riera, Casa Calores, 2009
67 Enric Nolla, El berenar d’Ulisses, 2009
68 Helena Tornero, Apatxes, 2009. II Premi 14
d’Abril de Teatre 2009
69 Carles Mallol, M de Mortal, 2010
70 Josep Maria Miró i Coromina, La dona que
perdia tots els avions, 2010. Premi Born 2009
71 Joan Lluís Bozzo, Còmica vida, 2010
72 Pere Riera, Lluny de Nuuk, 2010
73 Marta Buchaca, A mi no em diguis amor, 2010
74 Neil Labute, Coses que dèiem avui, 2010
75 Damià Barbany, Prohibit prohibir, 2010
76 Michel Azama, La Resclosa, 2010
77 Ferran Joanmiquel Pla, Blau, 2010. VIII Premi
Joaquim M. Bartrina 2009
78 Evelyne de la Chenelière, Bashir Lazhar, 2010
79 Josep M. Benet i Jornet, Dues dones que
ballen, 2010
80 Carles Batlle, Zoom, 2010
81 Ferran Joanmiquel Pla, Blau, 2010
82 Daniela Feixas, El bosc, 2011
83 Guillem Clua, Killer, 2011
84 Marc Rosich, Rive Gauche, 2011
85 August Strindberg, Creditors, 2011
86 Lluïsa Cunillé, El temps, 2011
87 Maria Aurèlia Capmany i Xavier Romeu,
Preguntes i respostes sobre la vida i la mort
de Francesc Layret, advocat dels obrers de
Catalunya, 2011
88 Cristina Clemente, Vimbodí vs. Praga, 2011
89 Josep Maria Miró i Coromina, Gang bang
(Obert fins a l’hora de l’Àngelus), 2011
90 Joan Rosés, Falstaff Cafè (Els pallassos de
Shakespeare), 2011
91 Marc Rosich, Car Wash (Tren de rentat), 2011
92 Sergi Pompermayer, Top model, 2011
93 9Aleix Puiggalí, Al fons del calaix, 2011
94 Jordi Casanovas, Una història catalana, 2012
95 Joan Brossa, Poesia escènica I: Al voltant de
Dau al Set, 2012
96 Josep Maria Miró i Coromina, El principi
d’Aquimedes, 2012
97 Jordi Oriol, T-error, 2012
98 Marc Angelet, Voyager, 2012
99 Marilia Samper, L’ombra al meu costat, 2012
100 Joan Brossa, Poesia escènica II: Strip-tease i
teatre irregular (1966-1967), 2012
101 Joan Brossa, Poesia escènica III: Mirades
sobre l’amor i la vida (1956-1962), 2012
102 Toni Cabré, L’inútil, 2012
103 Mercè Sarrias, Quebec-Barcelona, 2012
104 Damià Barbany, Lizzie Mc Kay, 2012
105 Pere Riera, Barcelona, 2013
106 Josep M. Benet i Jornet, Com dir-ho?, 2013
107 Helena Tornero, No parlis amb estranys, 2013
108 Harold Pinter, Terra de ningú, 2013
109 Josep Maria Miró, Fum, 2013
110 Tennessee Williams, La rosa tatuada, 2013
111 Raúl Dans, Un corrent salvatge, 2013
112 Jordi Faura, Groenlàndia, 2013
113 Marta Momblant, Resposta a cartes imper-
tinents, 2013
114 Serafí Pitarra i Pau Bonyegues, El cantador,
2014
115 Marivaux, El joc de l’amor i de l’atzar, 2014
116 Rafael Spregelburd, Falk Richter i Lluïsa
Cunillé, Fronteres, 2014
117 Joan Brossa, Poesia escènica IV: Els déus i
els homes, 2014
118 Joan Brossa, Poesia escènica V: Estar al món
el 1953, 2014
119 Joan Brossa, Poesia escènica VI: Circ, màgia
i titelles, 2014
120 Àngels Aymar; Carles Batlle; Joan Cavallé;
Beth Escudé i Gallè; Albert Mestres, Espriu x
dotze, volum 1. 2014
121 Àngels Aymar; Carles Batlle; Joan Cavallé;
Beth Escudé i Gallè; Albert Mestres, Espriu x
dotze, volum 2. 2014
122 Alexandre Dumas fill, La Dama de les Ca-
mèlies, 2014
123 Marc Artigau i Queralt, Un mosquit petit, 2014
124 Dimitris Dimitriadis, Moro com a país, 2014
125 Paco Zarzoso, L’eclipsi, 2014
126 Carles Mallol, Mata el teu alumne, 2014
127 Serafí Pitarra, Liceistes i cruzados, 2014
128 Thomas Bernhard, El President, 2014
129 William Shakespeare, El somni d’una nit
d’estiu, 2014
130 Lina Prosa. Traducció d’Anna Soler Horta.
Il·lustracions: Anna Bohigas i Núria Milà,
Lampedusa Beach, 2014
131 Josep M. Muñoz Pujol, L’Home del Billar,
2014
132 Toni Cabré, Les verges virtuals, 2014. Premi
del Crèdit Andorrà 2013
133 Damià Barbany, Kabaret amb K, 2014
134 Eduardo De Filippo, L’art de la comèdia, 2014
135 Josep Palau i Fabre, Mots de ritual per a
Electra, 2014
136 Joan Brossa, Poesia escènica VII: La societat
i el camí personal, 2014
137 Joan Brossa, Poesia escènica VIII: Postteatre
i Teatre de carrer, 2014
138 Joan Brossa, Poesia escènica IX: L’ofici de
viure, 2014
139 Narcís Comadira, L’hort de les oliveres, 2015
140 Elisenda Guiu, Explica’m un conte, 2015
141 Lluïsa Cunillé, El carrer Franklin, 2015
142 Albert Arribas, Selecció, 2015
143 Xavi Morató, Un peu gegant els aixafa a
tots, 2015
144 Federico García Lorca, El público, 2015
145 Arthur Schnitzler, El professor Bernhardi, 2015
146 Helena Codorniu; Sabine Dufrenoy; Marián
de la Chica; María José Lizarte, Simfonia de
silencis, 2015
147 Jordi Oriol, La caiguda d’Amlet (o la caiguda
de l’ac) / L’empestat, 2015
148 Laura Freijo Justo, El rap de Lady M, 2015
149 Molière, Dom Juan o el festí de pedra, 2015
150 Ramon Llull. Adaptació per a teatre de Cinta
Mulet, Llibre de les bèsties, 2015
151 Manuel Molins, Bagdad, dones al jardí, 2015
152 Molière, Don Joan, o el festí de pedra, 2015
153 Jordi Prat i Coll; Josep Maria Miró; Pau Miró;
Marc Artigau i Queralt; Victòria Szpunberg;
Albert Arribas; Marc Rosich; Llàtzer Garcia,
Llibràlegs, 2015
154 Pau Miró, Victòria, 2016
155 Lars Norén, El coratge de matar, 2016
156 Joan Guasp, Llull: l’amic de l’Amat, 2016
157 Marc Artigau i Queralt, Caïm i Abel, 2016
158 Llàtzer Garcia, Sota la ciutat, 2016
159 Enric Nolla Gual, Tu no surts a la foto, 2016
160 Sergio Martínez Vila, L’obediència de la dona
del pastor, 2106
161 Damià Barbany, Kriptonita, 2016
162 Marcela Terra, Desterradas, 2016
163 David Mamet; traducció d’Anna Soler Horta,
Una vida al teatre, 2016
164 Marc Garcia Coté, Niu, 2106
165 Bernard-Marie Koltès, En la solitud dels
camps de cotó, 2016
166 Josep Maria Benet i Jornet, La desaparició
de Wendy, 2016
167 Joan Brossa, Poesia escènica X: Fregolisme
o monòlegs de transformació (1965-1966)
Primera part, 2016
168 Joan Brossa, Poesia escènica X: Fregolisme
o monòlegs de transformació (1965-1966)
Segona part, 2016
169 Joan Brossa, Poesia escènica XII: Icones per
a 1962, 2016
170 Mercè Rodoreda, La senyora Florentina i el
seu amor Homer, 2016
171 Joan Guasp, L’estàtua de la llibertat, 2017
172 Marc Rosich, A tots els que heu vingut, 2017
173 Davide Carnevali, Actes obscens en espai
públic, 2017
174 William Shakespeare; Traducció de Joan
Sellent, Ricard III, 2017
175 Joan Guasp, L’escorcoll, 2017
176 Josep Maria Miró, Cúbit, 2017
177 Joan Brossa, Poesia escènica XIII: Quatre
peces atàviques, 2017
178 Joan Brossa, Poesia escènica XIV: Ballets i
òperes, 2017
179 Joan Brossa, Poesia escènica XV: Accions
musicals, 2017
180 Oriol Vilanova, Custòdia compartida, 2017
181 Joan Guasp, Un dels dies més feliços de les
nostres vides, 2017
182 Lluïsa Cunillé, Islàndia, 2017
183 Elisenda Guiu, El naixement, 2017
184 Gabriel Calderón, Que rebentin els actors,
2017
185 Sarah Kane, Blasted (rebentats), 2017
186 Francesc Meseguer, Lear, 2017
187 Francesc Meseguer, Body Sushi, 2018
Textos a part
Teatre clàssic
1 Fiódor Dostoievski, El gran inquisidor, 2008
2 Lluís Capdevila, La festa major de Gràcia /
Tierra sin primavera. Dues obres del teatre
de l’exili republicà, 2015
3 Anton Txèkhov, La gavina, 2016
4 Josep Anselm Clavé, L’Aplec del Remei, 2016
5 Josep Maria de Sagarra, La fortuna de
Sílvia, 2016
6 Eugene O’Neill, Desig sota els oms, 2017
7 Àngel Guimerà, Sol Solet…, 2017
8 Oscar Wilde, La importància de ser Frank,
2018
Textos a part
Teatre per a joves
1 Ignasi García Barba, El delegat, 2016
2 Pere Anglas, Robinson Crusoe, 2016
3 Helena Tornero Brugués, Submergir-se en
l’aigua, 2016
4 Cristina Clemente, Consell familiar, 2016
5 Marta Solé Bonay, Límits, 2016
Textos aparte
Teatro contemporáneo
1 Juan Pablo Vallejo, Patera, 2004. Premi
Born 2003
2 Toni Cabré, Navegantes / Viaje a California,
2005
3 Fernando León de Aranoa, Familia, 2005.
Adaptación de Carles Sans
4 José Luis Arce, El sueño de Dios, 2005.
Premi Born 2004
5 Joan Casas, El último día de la creación, 2006
6 J. Carlos Centeno Álvarez, Anita Rondó, 2006
7 Antonio Álamo, Veinticinco años menos un
día, 2006. Premi Born 2005
8 Rebecca Simpson, Juana, 2007
9 Antonio Morcillo, Firenze, 2008
10 José Sanchis Sinisterra, Valeria y los pájaros,
2008
11 Richard France, Su seguro servidor Orson
Welles, 2008
12 Carlos Be, Llueven vacas, 2008
13 Santiago Martín Bermúdez, El tango del
Emperador, 2008
14 José Sanchis Sinisterra, Vagas noticias de
Klamm, 2009
15 Gerard Vàzquez / Jordi Barra, El retratista,
2009
16 Marcela Terra, La Espera / Simone / Entre
las Olas, 2014
Textos aparte
Teatro clásico
1 Friedrich Schiller, Don Carlos, 2010
Textos a part
Teatre reunit
1 Lluïsa Cunillé, Lluïsa Cunillé 2007 / 2017,
2017
2 Sarah Kane, Sarah Kane. Obres completes,
2017
T
E
A
T
R
E
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A
C
I
O
N
A
L
D
E
C
A
T
A
L
U
N
Y
A
ISBN: 978-84-947015-7-3
Sergio Blanco
CARTOGRAFÍA DE UNA DESAPARICIÓN
Sergio Blanco
CARTOGRAFÍA DE
UNA DESAPARICIÓN
Cartografía de una desaparición. «Mi panegírico no será
más que la historia de mi encuentro con la obra de Brossa:
una especie de relato autofi ccional que iré escribiendo
entre universidades, aviones, clínicas, salas de embarque
y hoteles. Una nueva autofi cción en donde, relatándome
a mí mismo, buscaré retratarlo a él. Sí. Lo sé. Ya lo sé. Sé
que puede parecer un acto de amor propio, pero les ase-
guro que no lo es. Les ruego que no se fastidien. Ni que lo
tomen a mal. En esta autofi cción voy a tratar de explorar
mi propia ingeniería del yo, pero con la única fi nalidad
de poder llegar a la suya.»
Sergio Blanco. Dramaturg i director teatral francouruguaià,
va viure la seva infància i adolescència a Montevideo i
resideix actualment a París. Després de realitzar estudis
de fi lologia clàssica va decidir dedicar-se completament a
l’escriptura i la direcció teatral. Les seves obres han estat
distingides en reiterades oportunitats amb diversos pre-
mis, entre els quals, el Premio Nacional de Dramaturgia
de l’Uruguai, el Premio de Dramaturgia de la Intendencia
de Montevideo, el Premio del Fondo Nacional de Teatro, el
Premio Florencio al Millor Dramaturg, el Premio Internacio-
nal Casa de las Américas i el premi Theatre Awards al Millor
Text a Grècia. L’any 2017 la seva obra Tebas Land va rebre
el prestigiós premi britànic Award Off West End a Londres.
Entre els seus títols més coneguts destaquen Slaughter; .45’;
Kiev; Opus Sextum; diptiko (vol. 1 y 2); Barbarie; Kassandra;
El salto de Darwin; Tebas Land; Ostia; La ira de Narciso; El
bramido de Düsseldorf i Cuando pases sobre mi tumba.
PANEGÍRICO
JOAN BROSSA
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